Ha llovido mucho desde entonces, pero puedo asegurar que … “Nadie
olvida a un buen maestro”.
Estos días en que he podido tener un poco más de tiempo para
profundizar en las redes sociales, me he reencontrado con una amiga de la
infancia que me dice que ha hablado con nuestra maestra de 6to año de primaria.
¡No podía creerlo! y rápidamente le pedí me dijera cómo comunicarme con ella. Pues
sí, he hablado con ella y no saben qué de emociones he sentido, cuántos
recuerdos.
Y en efecto nadie olvida a un buen maestro. Recuerdo que era
un salón bien atípico, creo ciclo escolar 1962-63 según recuerdo. Acababa de
terminar la campaña de Alfabetización en Cuba y llegó ella a darnos clases. Un grupo numeroso de chicos y chicas entre 11
y 18 años. Sí, así mismo, ¡qué dispares, hoy nos parece imposible! Menuda, pequeña,
con un tono de voz muy dulce y una sonrisa que iluminaba nuestro salón de
clases. Desde que llegaba trasmitía paz y seguridad a todos, sabíamos que
nuestro día en la escuela con ella, iba a ser muy productivo y que íbamos a
poder resolver todas las dificultades.
¡Cómo enseñaba! Hoy
con mi experiencia me pregunto cómo le hacía, porque no debía ser fácil, edades
diferentes, niveles de aprendizaje distintos, capacidades diferentes, entornos
sociales diferentes, pero todos aprendíamos y nos involucrábamos en el proceso
de aprendizaje con toda la motivación que nos trasmitía, pero daba un
acompañamiento personal a cada uno, compartía sus aprendizajes, pero hacía que
nosotros compartiéramos al mismo tiempo.
Ortografía y dictado diario, las lecturas no solo para
aprender a leer bien y perfeccionar nuestras habilidades, sino el amor por los
libros y la lectura como una estrategia de aprendizaje invaluable. A diario también
escribíamos, composición como le llamábamos en esos tiempos. Con la escritura mostrábamos
nuestras habilidades, pero al mismo tiempo en ella volcábamos nuestras
emociones y sentimientos. Geografía, Historia Ciencias Naturales, amor por la
naturaleza, las ciencias, las gentes y sus países, los hechos, las actitudes,
los valores, no como conocimientos impuestos u obligados sino como recursos
para la vida. Ni qué decir de los números, en ese tiempo no hablábamos del odio
a las matemáticas, ni parecía algo tan difícil de aprender, por el contrario, cada
día un nuevo reto, una nueva operación, un nuevo problema a resolver jugando
con los números. Artes manuales, música, poesía, literatura, pero sobre todo
convivencia entre alumnos, respeto, trabajo conjunto, no importaba la edad y ninguna
otra diferencia, cuando pasábamos el umbral de la puerta junto a ella cada
mañana, todos éramos iguales.
Ella cumplía su función profesional y personal,
era “nuestra maestra” y a nadie queríamos más que a ella.
¿Cómo olvidar a un buen maestro? Eso pienso hoy, que resulta
muy difícil. Nunca la he olvidado, recuerdo perfectamente su voz, su cara, su
sonrisa, su manera de enseñarnos.
Por ella estudié para maestra, por ella he
seguido el camino del trabajo con los niños, la escuela y los maestros hasta
hoy, estoy convencida que algo de ella sembró en mi y eso me llena de orgullo.
Gracias querida maestra Delfina Fernández, mi maestra de 6to
año de primaria, una excelente maestra.
