domingo, 19 de abril de 2020

Psicología de Emergencia. ¿Por qué es necesaria en especial en estos momentos?

Hoy, ante la pandemia que atraviesa el mundo, con mucha frecuencia hemos estado escuchando   de las consecuencias en la salud mental de la población y de la necesidad de la atención psicológica de emergencia. La Psicología de Emergencias es una especialidad dentro del quehacer profesional del psicólogo. Se refiere al estudio del comportamiento humano antes, durante y después de situaciones relacionadas con las emergencias, utilizando para ello técnicas y hallazgos propios de la experiencia que dentro del campo de las emergencias y la Psicología existen.

El objetivo de los primeros auxilios psicológicos es calmar y ayudar a las personas a funcionar y hacer frente de manera saludable a la contingencia, mientras esta ocurre. Los primeros auxilios psicológicos se pueden aplicar en diferentes contextos y ámbitos, tanto si se tratan de emergencias masivas (un terremoto, un huracán, un atentado, una epidemia, etc.) como cotidianas (accidente automovilístico de un familiar, pérdidas familiares, etc.). En estos momentos en que estamos inmersos en la sobrevivencia y en salvar vidas a cualquier costo, resulta sumamente importante poder brindar apoyo emocional a quien lo necesite para enfrentar las condiciones adversas y poder disponernos a luchar por la vida, protegernos y proteger a nuestros niños y sus familias.  

Centraremos nuestros recursos en este artículo en el trabajo con los niños, sus familias y sus maestros, porque la escuela ha seguido presente durante esta emergencia sanitaria mundial, aunque de una forma diferente a como se hace de manera cotidiana.  

Para los padres y maestros es importante, reconocer las reacciones normales de los niños ante esta situación. Generalmente, estas reacciones van a estar relacionadas con la edad, las condiciones de vida, la estabilidad emocional que muestre la familia y las situaciones en que se encuentra confinada, las preocupaciones por el futuro y en los casos de niños o adolescentes que presenten alguna condición de salud física o mental, la respuesta emocional estaría relacionada además, con las características de esta condición y los recursos de protección que se hayan desarrollado hasta el momento. No puede perderse de vista que esta situación puede ser muy difícil para los adultos, pero puede resultar traumática para los niños.

Los niños ante la emergencia experimentan una serie de reacciones y de sentimientos como respuesta a la inseguridad e incertidumbre que se genera y necesitan atención especial para satisfacer sus necesidades. No se puede perder de vista los dos indicadores más comunes de estrés que pueden generarse en los niños: los cambios en la conducta y la regresión. Un cambio de conducta es exhibir una conducta cualquiera que no es típica de ellos. Por ejemplo, un niño sociable y extrovertido puede volverse muy tímido y aislado, presencia de conductas agresivas. La regresión es cuando ocurren conductas del pasado o sean que regresan, tal como chuparse el dedo pulgar, volver a mojar la cama o hablar como los bebés. Los niños puede que se confundan y se tornen ansiosos, hiperactivos e hipervigilantes, es decir, muy conscientes y reactivos a todo lo que ocurre en su entorno. Esperan peligro y se sienten inseguros, temerosos, enojados o angustiados. Pueden tener dificultades para dormir, sufrir insomnio o tener pesadillas, pero también pueden experimentar entumecimiento emocional o evitación y tratar de ocultar sus emociones o negarse a experimentarlas y no hablar de ellas con sus padres y otros familiares.  

Durante la emergencia los padres tienen un papel mucho más difícil con los hijos. Como padres, necesitará lidiar con la emergencia de una manera que ayude a los hijos a evitar que desarrollen un sentido de pérdida permanente. Tendrán que enfrentar muchas veces situaciones en que no tengan una respuesta predeterminada y aun así tendrán que enfrentarse con su principal tarea que es darle seguridad y estabilidad emocional a los hijos. El Dr. Fernando Mulas Director del Centro Valenciano de Neurología Pediátrica y experto en Trastornos del Neurodesarrollo, en un artículo publicado el 4 de abril del 2020 en el Diario Las Provincias, hace referencia a la pregunta que cotidianamente en este tiempo más escuchamos de los hijos, “ Papá, queda mucho” y señala, 
“…cuando un niño nos hace esta pregunta está pidiendo no tanto conocer la respuesta categórica, sino está informándonos de su comprensible desazón para conseguir de nosotros  un apoyo sobre su estado anímico, que lo haga sobrellevar mejor la espera de lo que parece que nunca se va a acabar”. Esto resulta mucho más difícil de comprender y sobrellevar cuando alguno de los hijos tiene un trastorno del neurodesarrollo.

¿Cuáles son los principales síntomas de alerta que deben observar los padres, para intervenir de la mejor manera posible? 

Edad preescolar (3-5 años). Los niños de estas edades frecuentemente se sienten desvalidos y experimentan intenso miedo e inseguridad por su impotencia para protegerse a sí mismos. Muchos carecen de las destrezas verbales y conceptuales necesarias para lidiar efectivamente con el estrés que ocurre súbitamente. Las reacciones de los padres y de sus familias a menudo los afectan fuertemente. Las reacciones típicas suelen ser miedo a la oscuridad o a los animales, apego a los padres, terror en las noches, pérdida del control de la vejiga o de la excreción, estreñimiento, dificultad en el habla (tartamudear), disminución o aumento del apetito, llorar o gritar por ayuda, inmovilidad, temblores y expresiones faciales de terror, temor a que le dejen solo, miedo a los extraños, confusión. 

Edad escolar (6-11 años). El niño de edad escolar puede entender los cambios o las pérdidas permanentes. Los miedos y las ansiedades predominan en este grupo. Pueden surgir temores o miedos imaginarios que no parecen tener relación con la emergencia. Sin embargo, algunos niños se concentran en los detalles de la emergencia y desean hablar de éstos continuamente. Estas reacciones pueden interferir con otras actividades. Las reacciones más frecuentes suelen ser irritabilidad, lloriqueos, exceso de apego, conductas agresivas, competir con los hermanos por la atención de los padres, terrores nocturnos, aparición de tics, presencia de conductas impulsivas, pesadillas y temor a la oscuridad, renuencia o inconsistencia en la realización de los deberes escolares, falta de interés y una concentración pobre, conducta regresiva, dolores de cabeza u otros malestares físicos, depresión, inseguridad y ansiedad.


Inicio de la adolescencia (11-14 años). Las reacciones de este grupo de edad son de especial significado. Él debe saber que sus miedos son apropiados y que otros los comparten. La ayuda debe dirigirse a reducir las tensiones y las ansiedades, y los sentimientos que de ellos se derivan. Frecuentemente pueden presentarse conductas como las siguientes, trastornos del sueño, trastornos del apetito, rebelión en el hogar, rehusar hacer las cosas que se le piden, renuencia a hacer las actividades escolares en línea, problemas de conducta, peleas, aislamiento, pérdida del interés, conducta dirigida a llamar la atención, somatizaciones como dolores de cabeza, dolores leves, erupciones en la piel, problemas intestinales, quejas psicosomáticas, super enfoque en las redes sociales especialmente en la búsqueda de relaciones con los amigos que aunque parece razonable para el momento, pudieran resultar contraproducentes por las informaciones sin filtro que reciben.

La adolescencia (14-18 años). Una situación de emergencia puede estimular los temores relacionados con la pérdida de sus familias y su vida misma y amenaza a su proceso natural de despegue de la familia por la necesidad de unión familiar en ese momento. Se interrumpen las relaciones con sus grupos y sus vidas en la escuela. Pueden tener una combinación de algunas reacciones infantiles mezcladas con reacciones de adultos, pueden mostrar conductas más arriesgada que la normal, podrían sentirse agobiados por las emociones y podrían estar incapacitados para discutirlas con sus familias. Aparecen reacciones típicas como dolores de cabeza y otros malestares físicos, depresión, confusión o concentración y ejecución pobres, conducta agresiva, aislamiento y distracción, cambio de su grupo o de amigos, síntomas psicosomáticos, cambios del apetito o del sueño, agitación o disminución del nivel de energía, indiferencia, conducta irresponsable, conductas de riesgo y aumento o reducción de la lucha contra el control de los padres.


¿Cómo los padres pueden ayudar a sus hijos a superar la situación?

Frecuentemente, los niños imitan la conducta de sus padres. Cuando los padres han lidiado bien con la situación, hay una gran probabilidad de que los niños hagan lo mismo. Cuando los problemas se mantienen escondidos y no se discuten abiertamente, los niños podrían interpretarlos como que algo aterrador está ocurriendo, a veces peor de lo que verdaderamente es.

Nunca olvide que los niños y adolescentes dependen de rutinas diarias. Se despiertan, se levantan, se desayunan, se van a la escuela, hacen deportes y juegan y conectan con sus amigos. Cuando las emergencias interrumpen esta rutina, ellos se tornan ansiosos e inseguros. En una emergencia siempre buscarán su ayuda o la de otros adultos y cómo usted reaccione a una emergencia, les dará la clave de cómo actuar. Si usted reacciona alarmado, el niño sentirá más miedo porque entiende nuestro miedo como una señal de que el peligro es real. Si usted parece agobiado por un sentimiento de pérdida, el niño sentirá su pérdida con más fuerza.

Abrace y acaricie a sus hijos con frecuencia. Asegúreles frecuentemente que ustedes están seguros y que permanecerán junto a ellos. Háblele sobre sus sentimientos acerca del problema en un lenguaje no alarmista, sino que les brinde seguridad. Comparta con ellos sus sentimientos. Proveerles información que ellos puedan entender. Comparta con sus hijos pequeños más tiempo al acostarlos a dormir. Háblele sobre lo que pueden hacer, cómo pueden ayudar. Deje que sus hijos ayuden, asígnele una responsabilidad social en el entorno familiar durante la contingencia.

Traten de pasar más tiempos juntos en actividades de familia para comenzar a reemplazar los miedos con recuerdos placenteros. Si están teniendo problemas para resolver las asignaciones escolares, comuníquese con sus maestros para colaborar durante esta etapa. 

Los temores de los niños pueden surgir de su imaginación y usted debe tomar estos sentimientos en serio. Un niño que siente miedo tiene miedo. Sus palabras o sus acciones pueden darle tranquilidad. Cuando hable con su niño, asegúrese de presentarle un cuadro realista que a su vez sea manejable. Los sentimientos de temor y miedo son saludables y naturales en los adultos y en los niños, pero usted como adulto debe tener el control de la situación. Cuando  esté seguro que el peligro ha pasado, concéntrese en las necesidades emocionales de su hijo preguntándole en qué está pensando y qué es lo que más le preocupa. La participación de los niños en actividades de la familia para recobrarse del evento les ayudará a sentir que su vida retornará a lo “normal”. Su reacción durante este tiempo tendrá un efecto duradero en él.

Usted puede ayudar a los niños a recuperarse entendiendo lo que causa sus ansiedades y sus miedos. Aliénteles con firmeza y amor. Sus hijos se darán cuenta que eventualmente la vida vuelve a lo normal.


Escrito por Nieves Herrera Conde.